jueves, 18 de junio de 2009

NO a la impunidad en la Guarderìa ABC

"Recuerdo, recordemos
hasta que la justicia
se siente entre nosotros."
Rosario Castellanos.
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Katia D'artigues (periodista, columnista de El Universal y mamà) nos invita a unirnos a la causa de los deudos que perdieron angelitos debido al incendio de la Guarderìa ABC. En su blog Campos Eliseos propone enviar un correo electrònico firmado por los ciudadanos a diversas autoridades competentes para:
  • Hacerle saber a las autoridades municipales, estatales y Federales, nuestra indignación ante el manejo de las investigaciones que se están realizado respecto al incendio en la Guardería ABC en Hermosillo, Sonora, ocurrido el pasado viernes 5 de junio.
  • Que lo sucedido en esas instalaciones no se trató de un “incidente” como lo consideró el director general del IMSS, Daniel Karam, ya que ante las pruebas presentadas por la Procuraduría General de Justicia de Sonora, se trató de un acto de negligencia, que pudo haberse evitado si tan sólo el personal adscrito a la delegación, hubiera realizado su trabajo con profesionalismo.
  • Que estamos indignados ante lo estipulado en nuestras leyes, en las cuales, este tipo de delitos se califica como homicidio culposo, y en caso de haber culpables, éstos quedarían libres bajo fianza.
  • Que no soltaremos el tema hasta que haya justicia y la muerte de los 46 menores no quede impune. También hasta que no haya medidas claras para prevenir otras tragedias similares.

Para sumarse a la causa iniciada por Katia, solo hay que mandar un correo que incluya nombre completo (nombre y 2 apellidos) a la siguiente direcciòn electrònica: elmundod@gmail.com

Cabe mencionar que esta acciòn es civil y no tiene tintes polìticos. Habrà quien diga que un mail no ayudarà mucho, pero es lo mìnimo que podemos hacer para vivir en un paìs mejor, donde la justicia sea para todos, no solo para el que puede pagar por ella.

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Nota del editor: El artìculo completo està en la siguiente direcciòn: http://blogs.eluniversal.com.mx/weblogs_detalle7995.html

viernes, 12 de junio de 2009

Impericia

La noche del 4 de junio 2009 pasé un gran susto. Mi hija Monty -la maga, la montaña que ubica- se hinchó. No sé exactamente que pasó, solo recuerdo que dimos una caminata nocturna. Después, tengo una foto difusa de ella en la regadera con sus piernitas y bracitos rojos y enronchados, con los ojitos casi cerrados y el ánimo desfalleciente. Como pudimos, Roberto y yo corrimos al hospital. En el camino, rezaba, pedía a Dios que no le pasara nada grave. Prometí una y cien cosas mientras trataba de contar anécdotas esperanzadoras para que no evidenciar mi angustia. Ya en el hospital, la doctora de guardia nos dijo que todo estaba bien. Monty solo tenía una alergia provocada por algún agente externo. ¿Cual? Quiensabe. Quizás un mosco, una araña, un fertilizante, un pesticida o el simple roce de una hierba. Una enfermera la inyectó, le dió a tomar una medicina verde y la dejó en observación. La inflamación disminuyó y al cabo de un rato volvimos a casa, agradecidos de que el trance fuera solo una llamada de atención.
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Al día siguiente, las noticias anunciaron el incendio de la guardería ABC. Una bodega sin ventanas, con techo de lámina, cobró la factura de utilizar un inmueble para fines distintos a los de su construcción. Las bodegas son para guardar cosas, no personas, y menos bebés que ni siquiera saben gatear. 46 niños murieron quemados o asfixiados, todos pequeños, como mis hijas, todos hijos de mujeres que trabajan, como yo. Desde ese día experimento una tristeza intermitente. Repaso mi macrosusto con Monty, lo analogo a la tragedia de las madres de angelitos que volvieron al cielo y me invade una mezcla de vergüenza, dolor, impotencia y coraje. Intento ponerme en otra piel y no puedo. La inesperada pérdida de un ser amado es un acto para el que nadie tiene pericia. Menos aún, si ese ser es un chiquito, que nació de uno y que vino al mundo a dejar constancia del amor. No encuentro palabras de consuelo para los otros ni de entendimiento para mí. Mi único pensamiento al respecto está impregnado de impericia. La impericia de acostumbrarse a vivir en un país donde hay que trabajar para medio-subsistir. La Impericia que genera servicios de asistencia social deficientes. La impericia espiritual de personas ruines que se enriquecen a costa de la inseguridad de otros. Pienso y no lo acepto. Imagino las escenas y no las concibo. Veo la foto de mis hijas, muy sonrientes con sus uniformes escolares y le pido a la vida que las cuide mucho, porque no estoy preparada, porque me declaro incompetente para vivir sin ellas.
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El dolor es también un sentimiento que une a los individuos. Todos los que crean en alguna fuerza suprema, recen. Los que sean ateos prendan una vela. LLoremos juntos a los niños sonorenses que se fueron, compartamos el dolor de sus deudos. Reflexionemos, exijamos el alto de tragedias como èsta. Comulguemos con el sufrimiento de los otros, que en cualquier momento pueden volverse nosotros.