viernes, 7 de noviembre de 2008

La pérdida de un amigo

Cuando un amigo se va, queda un espacio vacío.
Ayer por la noche ví la transmisión que Televisa hizo del homenaje postumo a Juan Camilo Mouriño y demás fallecidos en el lamentable accidente del martes pasado. Me impresionó mucho ver a Felipe Calderón, con su esposa Margarita. Más allá de perder a un colaborador cercano, Calderón perdió a un amigo. Conservar la entereza, dirigir un mensaje, seguir el protocolo, debe haber sido una lucha contra sus emociones, una de las tareas más díficiles, si no es que la más, desde que fue elegido presidente. Todo era solemnidad. La música, las banderas, los templetes, me recordaron esos funerales que vemos en la películas gringas. Todo lo fue, hasta que entregó la bandera a la esposa y los hijos de su amigo, ahí la tristeza invadió a los presentes, a los televidentes y creo que hasta a quienes hoy leen las crónicas de los periódicos.
Perder a un amigo, sea cual sea la forma es algo denso. Más aún lo es, cuando la pérdida es inesperada, inexplicable, fortuita. Margarita Zavala caminaba detrás de él, como toda una primera dama, sin aspavientos, sin hablar, atenta a lo que su sentido común le decía que debía hacer. Que difícil estar en sus zapatos, tener que tomar el microfono y decidir en momentos como éste. La muerte de un amigo es una tragedia personal, con el ausente se van los recuerdos, las confidencias y un poco, las esperanzas. Esas esperanzas también mucho de película gringa, en las que uno se ve a sí mismo viejo, viajando en carretera al lado de la gente querida.

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