Envidio la estabilidad geográfica. La envidia es de la buena, nada mal plan, y la experimento al conocer personas que han vivido toda su vida en el mismo lugar y tienen amigos desde la más temprana infancia. Brincar de ciudad en ciudad no es malo (Si mi papá, lee este post, no tengo nada de que quejarme. Sé que de haber pertenecido a una familia sedentaria no habría tenido las oportunidades que tuve y también sé que la capacidad de adaptarme a la dinámica es consecuencia de una vida de mudanzas) pero te impide echar raíces y conservar las querencias.
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Con ese historial crecí, hasta que cumplí 14 años y decidí mudarme a Monterrey. Al ingresar a la universidad me prometí inconscientemente que aquí me quedaría y que empezaría a construirme un pasado. Me agarré de cuanto pude y atesoré los años de estudio que me regalaron amistades eternas. Soy un ser de papel y de recuerdos, lo reconozco. Busco estabilidad. Trabajo en la misma empresa desde hace 8 años, he elegido la misma marca automotriz desde que compré mi primer carro de agencia, vivo en la misma casa desde que nació Monty y procuro comer el mismo platillo cuando voy a un restaurante. No doy un paso sin pensarlo y casi siempre quiero saber el final de las películas antes de comenzar a verlas. Sin embargo, a pesar de mi muralla preconstruida, he atestiguado sorpresas desestabi-estabilizadoras que se han presentado utilizando como vía la red social, cómica, mágica y musical, -aká- conocida como feisbuc. No sé como, pero de repente empezaron a aparecer amigos de antaño, y entre ellos, esta semana, llegó Mayté.
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Mayté fue una de las niñas más lindas de mi escuela. Delgada y alta, con listones de colores en su cabello. Hija de una reportera lindísima. Lo mejor de ella -cosa que reconozco ahora que soy adulta- era, que a pesar de tener tantas cualidades, no las presumía. Era alguien con quien podías platicar de todo, que hablaba con todos y que te hacía ver todo más ligero. Nunca fuí a su casa ni ella a la mía, pero pasamos muy buenos tiempos, hasta que, ¡Caput! me mudé a Laredo.
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Mayté apareció y con ella, una foto en la que sale con 3 chicas que también fueron mis compañeras de clase. Debo decir que soy mala fisonomista porque solo reconocí a una de ellas. Me escribió que se siguen juntando ¡¡ desde hace más de 20 años !! y me sentí parte de algo, porque - como en cascada -me acordé de los años en primaria, del primer día de clases (que para mí fue en enero del 84, pues en octubre nos mudamos de Toluca a Monterrey), de los bailables, de que nunca me escogieron para actuar en las obras de teatro, de un niño que se cayó en una asamblea y de otro que se desmayó una vez que nos castigaron, de los maestros, de los pocos paseítos y de los muchos momentos que pasé con muchos otros niños y niñas que deben andar por ahí y a quienes me unen 6 años en los que aprendí la mayor parte de las pocas cosas que sé.
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Sorpresas te da la vida, dice la canción y esta sorpresota me ha hecho son-reír y son-sacar a la niña M que vive en mí y que casi siempre escondo para que no traspase mi coraza de adulto dudoso y analítico.