sábado, 9 de febrero de 2013

Salvador y Nadia





Muchos argumentos se me ocurren sobre Salvador Cabañas: Su infancia llena de carencias, la tenacidad y disciplina mostrada en su carrera deportiva, el que Roberto y otras tantas personas que amo sean aficionadas del América y, en estos días, su trágico ataque. Sin embargo, lo que verdaderamente me conmueve es la conjunción del mariscal paraguayo con la infancia. La forma en que el atentado sufrido por Cabañas distancía mi infancia de la infancia actual.
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Yo, como muchas niñas nacidas en los setentas, quería ser Nadia Comaneci. De ella, solo sabía que era la mejor gimnasta del mundo. Mi mamá erigió su mito, al contarme cientos de veces la forma en que obtuvo una calificación de cero en las Olimpiadas de Montreal porque los tableros no consideraban el diez. No tenía posters, ni pins, ni mochilitas que me mostraran su rostro. Incluso pasaron varios años para que me descubriera babeando ante una panóramica suya expuesta en el Salón de la Fama de CCC. Nunca supe que sufría por ser comunista, que vivía en un país lejano, que se enfermaba y que se vió obligada a escapar para encontrar la paz. A través de los años me enteré que se casó y que vive feliz en Estados Unidos, pero -honestamente- esos chismes de adultos no influyen en nada con la Nadia que alentó mis sueños infantiles.
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El caso de los niños que admiran a Cabañas es diferente. Hoy en día, los deportistas son estrellas de la mercadotecnia. Igual se emiten múltiples artículos con sus fotografías, que cientos de noticias al alcance del que quiera conocerlas. La cobertura de su atentado se equipara a una novela por entregas plagada de imágenes ensangrentadas y diagnósticos médicos. Ese panomana me hace sentir pena por ellos. Me entristece el que sepan que los héroes invencibles no existen y que los malos están en todos lados, agazapados, esperando el momento de dañar. Pienso en los papás y mamás desconcertados, compañeros de dolor e impotencia de sus hijos.
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Salvador y Nadia simbolizan las diferencias entre los pequeños de ayer y los de hoy. También ejemplifican temas complejos como el manejo de la información en tiempos globalizados. Los 2 son espejos, personalidades que marcan a una generación. No suelo ser pesimista, pero me pregunto que tan alto será el costo de crecer en un ambiente vulnerado por el hiperrealismo, la fragilidad y el temor.
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Nota del autor: Este es mi post número cien ¡¡Jamás pensé que llegaría a redactarlo!! ¡¡Gracias a todos los que retroalimentan mi recorrido!!
Nota del editor: La imagen fue tomada de nuevoestadio.com
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3 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola mi dulce niña,yo tambien queria ser Nadia ,pero no fue tan fuerte en mì ,solo fue llamarada de petate,soñaba cuando pasaban la pelicula de su vida ahhhhhhhhh

Y cada que pasan los juegos olimpicos,me creo gimnasta
te mando un beso en este frìo dìa

Beshos Normab

Anónimo dijo...

Felicidades por tu coment 100
se pasa el tiempo volando,sabes te ha de pasar lo que amì,tantas letras voplando en la cabeza,solo falta ponerlas en orden ;)

Normab

Montserrat dijo...

Normis, a mi me pasa igual jajaja, cada olimpiada me creo gimnasta. ¿Será que Nadia Comanecci sigue teniendo eco en nuestros corazones de niña?

Gracias por tus palabras, te quiero!
M.-