martes, 21 de octubre de 2008

Bienvenida

Ayer fuí a conocer a la bebé de mi amiga Sandie. Una muñequita, chiquita color de rosa, preciosa. Que bonitos son los bebés recién nacidos. Me dió tanta alegría verla, darle la bienvenida, hablarle al oído sobre la maravilla de estar vivo.
Es una realidad. Los hijos nos hacen mejores personas. Al menos, a mí, mis hijas me han hecho un poco mejor persona (solo poco, recuerden mi ácidez). A partir del nacimiento de ellas me hice más cercana. Descubrí lo importante que es estar con la gente que uno quiere en momentos importantes como los nacimientos, las despedidas, los cumpleaños, las bodas y los sepelios. Todavía recuerdo con los ojos lagrimosos a aquellos que me acompañaron en el hospital cuando nacieron Monty y Marianita, en los que se desmañanaron para sus bautizos, en los convocados a cumpleaños. Los hijos nos enseñan a amar, porque el amor hacia ellos es inmenso. Cuando fuimos a los Cabos babeaba cada vez que algún gringo chuleaba a Monty. Frases como "what a beautiful baby" o "nice to meet the queen of the boat" todavía hacen que me brillen los ojos. Cada vez que veo dormir a Mariana, siento una paz inmensa porque entiendo que a pesar de mis neurosis, de mis intentos fallidos y equivocaciones en el diario ser mamá y del tiempo que no la acompaño, ella es feliz y su felicidad tiene un efecto multiplicador que se me guarda en las entrañas y me ayuda cuando estoy harta de trabajar, de pagar deudas, de correr siempre con prisa.
Los que sean padres me entenderán. Los papás quieren más a los hijos de lo que los hijos quieren a sus papás. No hay que pedir perdón. Así es el ciclo de la vida. La bebé de Sandie me ha recordado lo bendecida que soy, porque lo más importante que he hecho es construir una familia. Acompañar a esas 2 niñitas a descubrir universos que se reinventan cada que abren sus ojos, sorprendidos, expectantes, llenos de preguntas y de ganas de vivir.

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